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lunes, 18 de junio de 2012

Elizabeth - one shot





Elizabeth
one shot


Pa, pa, pa... Era lo único que se escuchaba, el sonido de mis pies chocando contra el pavimento mojado. Las oscuras calles de Londres, no son un lugar apropiado para una mujer de temprana edad, de clase burguesa, tan refinada y culta como ella. Su vestido, con unas enormes enaguas, era algo impráctico, para encontrarse en un callejón tan angosto, donde tenpia tan poca luz, y lo único que ella podía ver, era la punta de sus zapatos de tacón.  Pero como dice el dicho: a circunstancias desesperadas, medidas desesperadas. Y allí se encontraba ella, esperando a que alguien se digne a venir a verla, pero nadie pasaba. 
El callejón Mightnan, era uno de los más peligrosos de Londres, donde ni los hombres más valientes se atreven a pasar, solo se puede localizar en este sitio a vandidos, mujeres de la noche y hombres del mal vivir. Pero por supuesto, que una muchacha tan descente como es ella, no era ninguna de las tres personas anteriormente mencionadas.
El frío era algo indescriptible, como la camiseta, el corsét y el sobretodo no hacían absolutamente nada para detenerlo. Sin contar esa intermitente llovizna que hacía acto de presencia hace más de una hora, el tiempo en el que salió de su casa. 
Su madre, estaba en París, recolectando su nuevo guardarropas, ya que el invierno estaba a flor de piel, y la mujer no podía tener nada de la colección pasada. Su padrastro era propietario de muchas estancias en toda Europa, así que era muy poco el tiempo en que se encontraba en casa. Por estos motivos, ella se encontraba la mayor parte del tiempo sola, o con el personal doméstico. 
Su padre biológico se había marchado cuando tenía cuatro años, con la ama de llaves de la casa, y así, su madre se cayó en una profunda depreción.
Mientras la llovizna caía y el frío se hacía cada vez más insoportable, ella se encontraba allí, esperando que alguien se digne a aparecer, pero nada de ello sucedía.
—Princesita; creí que no ibas a venir, lo juro. —musitó una voz ronca y solitaria a mitad del callejón. Su silueta estaba oculta bajo el manto de la noche, así que ella no podía apreciar quien era el propietario de la voz.
— ¿Quién eres? —preguntó ella dubitativa, mientras en su cabeza pensaba en lo mal que estaba encontrarse en aquel lugar.
—Me dolió, lo juro. Que después de todo lo que hemos pasado no reconoces mi voz.  Que ya no me recuerdes, siendo ambos tan... Unidos.
—John... 
—El mismo que viste y calza. —contestó el tal llamado John, mientras su anatomía se dirigía a la luz, y ella podía observar en todo su esplendor al muchacho.
— ¿Dónde está? —indagó, con un nudo en la garganta.
—Sabes... Me sorprende deberas.
— ¿Qué? 
—Que te halla dejado volver... Recuerdo perfectamente sus palabras, antes de arrojar todas tus pertenencias en el medio de la calle: "Jamás, escuchame bien Elizabeth, jamás vuelvas a pisar esta casa hasta que mates o des en adopción a ese bastardo". —musitó John, citando la frase.
—Eso ah cambiando, ella.. Cree que lo vendí.
— ¿Cree? ¿O se lo has dicho? 
—Lo cree solamente, jamás eh mensionado palabra alguna de... Ella.
—Claro, y crees que después de dos años, vas a volver a verla, y pretendes que yo te la entregue en bandeja de plata, mientras con todo el esfuerzo de mi alma, traté de que se encontrara bien.
—No es eso, John. —dijo la muchacha, sintiendo como el malestar de su corazón, hacía acto reflejo en todo su cuerpo. —Tú sabes perfectamente cómo es mamá, y... Es capaz de cualquier cosa.
—La perdonaste... Con el solo hecho de que te mantenga, y que sigas teniendo ese hermoso y cálido estilo de vida tuyo, fuiste capaz de rechazar a Mitchie, y abandonarla.
—Sé que me eh comportado como una estúpida... —él la interrumpió.
—No te has comportado como una estúpida, te has comportado como una desalmada, y eso es lo que eres, Elizabeth.
— ¡No es así! ¡Tenía miedo!
— ¿Miedo de qué? ¿De que te desherede? 
— ¡No! mi temor no era el hecho económico, si no que le haga algo a Mitchie, ella... es muy poderosa y tu lo sabes. —dijo la adolescente, con con melancolía. —Y no solo tenía miedo que le suceda algo a la niña, si no también a ti. Ella conoce perfectamente el estado de salud de tu madre, y también sabe, donde atacar para dañar a una persona.
—Parece que a ti no te ah encontrado ese talón de Aquiles, porque si no te importa de la niña, mucho menos te iba a importar yo.
—Claro que no John, te estoy diciendo que hice todo porque te encuentres bien. 
—Claro... —dijo el muchacho, con sarcasmo.
— ¿Te crees que tú padre, después de dos años de no tener un empleo estable, consiguió uno descente, doónde le pagan exelente? 
— ¿Fuiste tú? —indagó sorprendido.
—Claro que fui yo, no te das una idea todo lo que rogué para que ella ayudara a tu familia... Y a ella. —dijo, con la voz esfumándose tan rápido, como las gotas de agua dulce en el pavimento. —A Mitchie no le ah faltado nada, por el simple hecho de que yo se lo pedí. Le dije, que si a la niña algo le faltaba, toda la clase burguesa se iba a enterar de su nieta.
—Elizabeth... —comenzó el muchaho, pero sus intenciones de hablar, se fueron tan rápido como el toplo del viento en una tarde de verano.
—Te amo, John, te amo a ti y a Mitchie, como jamás eh amado a nadie en mi vida. 
—Elizabeth... Mis sentimientos a ti no han cambiado en nada, mi corazón se acelera tanto al verte, como en el primer instante en el que te vi, saliendo de tu escuela. —dijo el joven, a lo que ella sonrió de lado, recordando el hermoso momento, y el momento en que su vida cambió para siempre. —Pero me duele, me duele mucho, a pesar de todo lo que me digas, que me hallas dejado y más que nada, a tu hija.
—Perdóname, por favor yo... Prometo irme contigo, no me importa a donde, me voy. —dijo ella en un acto desesperado, con el solo fin de que él la perdonara. —Soy capaz de dejar absolutamente todo por ti y por Mitchie.
—Lizzy, mi amor... Yo jamás voy a poder darte la vida de princesa que tienes, que más quisiera yo, pero ¿debo engañarte? ¿Debo atraerte como un objeto brillante a un niño? ¿Debo mentirte y decirte que vivirás como tu madre te ha hecho vivir? ¿Debo decirte que todo estará bien, cuando el futuro es tan difuso y dicerto para mi? 
>>No, no debo... No puedo ni quiero, ser tan falso e hipócrita, no puedo ni quiero decirte todas esas blasfemias, mientras tú, con tu dulce y tentadora inocencia, crees cada una de mis palabras. Lo siento, mi dulce e iniocente Elizabeth, pero prefiero que Mitchie tenga una madre a la distancia. Prefiero contarle mis recuerdos y decirle que su madre era digna de llamarse princesa, antes de que la vea día a día, inundándose en una nube de tristeza y pobreza. Prefiero mil veces, que escuche de mi boca, los recuerdos vividos contigo, prefiero contarle todo lo que sé de ti. Prefiero decirle, que su madre era tan buena y gentil, prefiero todo eso, Elizabeth, antes que te ahogues conmigo, antes de que te subas a este tren que jamás va a llegar a destino.
—No va a ser así, John. Yo sé que una reina no voy a serlo. Pero prefiero ser una humilde ama de casa, que le da todo a su esposo y a sus hijos, antes que una frívola mujer, que lo único que la llena en la vida, es tener el último atuendo en su guardarropas. Y lo eh visto, en convivido con esa mujer. Me eh criádo con ella, y eh visto día a día, como es con Phill. Éh visto, John, que lo único que los une es un papel vació, donde la ley establece que ese papel los une de por vida.
>>No John, te juro, te prometo, por mi vida, por la tuya y por la de Mitchie, que prefiero ser una humilde ama de casa, que una reina de un castillo de hielo.
—No se si creer en tus palabras, Elizabeth. Yo sé lo que supondría para ti, este enorme sacrificio. Y te coy plenamente sincero, yo no quiero quitarte cosas, si no todo lo contrario, quiero darte. 
—Y me vas a dar, John. Me has dado el regalo más hermoso que jamás nadie me halla dado. O mejor dicho, me has dado los dos regalos más hermosos que jamás nadie me halla dado.
— ¿Y cuáles son esos? —indagó el muchacho, extrañado.
—El regalo del amor, por supuesto. Y fruto de ese amor, la hija más hermosa y maravillosa del mundo. 
—Elizabeth...
—Ya eh sacrificado dos años de la vida de mi hija, ya eh pagado mi adulterio, ya eh pagado cada uno de mis pecados al irme en un viaje no deseoso a Francia, y me eh alejado de las dos personas que más amo en la vida.
— ¿Estás segura de venir conmigo, Elizabeth?
—Tan segura, como estoy de que te amo. 


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