Blinking Cute Box Panda

martes, 17 de julio de 2012



Libro Abierto

Capítulo 8


Gracias a dios, todos los santos, las vírgenes, y cualquier dios de cualquier religión, Harry no se encontraba al pie de la escalera. Así que con la respiración más calmada y a paso acelerado, me encaminé hasta el salón 406 dónde se impartía la materia que debía concurrir. Abrí la puerta del salón y allí adentro había más de treinta alumnos clavando sus, más de sesenta ojos, sobre mi persona. Sin contar los diminutos y azules, de mi profesora.
— ¿Sabe que hora es señorita? —Preguntó la docente, acercándose a mi.
—Si profesora, lo lamente demasiado—le pedí disculpas, para luego agregar como excusa—. Es que soy nueva, y es demasiado grande esta escuela, y me perdí.
—De acuerdo alumna, puede tomar asiento. —me dijo la maestra sonriendo.
Me senté en el último banco a la izquierda, del lado de la pared. Allí era donde mejor me encontraba, dado que todo el mundo es muy chismoso, pero para mirarme de mala gana, o hacerme un escaneo general, se tenía que dar vuelta, y con ello se encontraba con mi mirada. Pero claro, nadie quiere encontrarse con la mirada del otro cuando le está haciendo un paneo general, a excepción de él por supuesto. Cuando miré para mi lado izquierdo, en el banco de la otra punta, o sea, el último del lado derecho, se encontraba Harry. Este al verme me miró de una manera algo extraña, ya que, lo único que hizo, fue juntar sus útiles y libros y esperar hasta que la profesora se diera vuelta, cuando en un abrir y cerrar de ojos, se encontraba a mi lado.
— ¿Cómo hiciste eso? —indagué pero él lo que hizo fue correr la silla y sentarse a mi lado.
— ¿Y tú como hiciste eso? —preguntó y yo no comprendía.
— ¿De qué hablas? —le dije, todo en susurro dado que la mujer frente a la clase se dio vuelta al escuchar murmullos.
—Si, ¿cómo haces para ser dulce y divina y al otro instante ser maleducada y odiosa?
— ¿Perdón? —dije algo molesta por como se había referido a mi persona.
—Si, no te hagas la tonta, sabes perfectamente a que me refiero.
—No, sinceramente no lo sé. —le contesté, aunque creo que se refería a lo recién sucedido en las escaleras.
—De acuerdo, te refresco la memoria—dijo muy molesto—. Primero eres amable y dulce conmigo en la clase de psicología y después de haber estado con Payne, me tratas horrible.
— ¿Conoces a Liam? —le pregunté, viendo cuan despectivamente se refería a él.
—Por desgracia si, y sé que no es buena compañía.
— ¿Y tú si? —pregunté ahora molesta. —Aunque sea, cuando estuve con Liam, a mi nadie me amenazó. —Este al decir eso se giró mirándome fijamente, mientras por dentro me quería morir. Tenía que haber abierto mi gran boca.
— ¿Quién te amenazó? —profirió con un enojo bestial, que e un momento me hizo asustar, y como este se dio cuenta de ello, trató de calmarse. Aunque con muy poco éxito.
—Nadie, deja todo ahí. —le pedí, tratando de prestarle atención a la profesora Hill.
—No, claro que no dejo nada ahí, dime de que hablas.
—Harry... —me interrumpió.
—Cuéntame o armo un escándalo aquí mismo preguntando quién te amenazó— me advirtió con los ojos esmeraldas posados sobre mi, oscuros como la noche—. Soy capaz de hacerlo. —me volvió a advertir y en ese momento se puso de pie.
Con mi mano derecha lo tiré, haciéndole tomar asiento.
—Tu hermano, el rubio.—le conté en un susurro.
— ¿Lander? —indagó, y ahora sabía el nombre de mi "gran amigo".
—Cómo sea, me da lo mismo.
—Dime que te ha dicho.—me pidió haciendo puños sus manos.
—Nada importante, Harry... —me prohibio seguir hablando, ya que este lo hizo por mi.
—Por favor, dime que te dijo. —al decir eso, me miró a los ojos de una manera tan extraña que todo lo que pude sentir era paz, fue algo muy extraño, que jamás en la vida me pasó. Pero era así como me sentía, en la mismísima paz y armonía.
—Ustedes dos discutieron, y yo escuché parte de la conversación—se notó la dificultad que tuvo para tragar cuando le dije aquello—. Y cuando me vió salir de detrás de los casilleros, me preguntó enojado si había escuchado, y obviamente que por el miedo que tenía, le dije que no.
—De acuerdo, yo hablaré con él—me aseguré, sonriendo—. Ahora dime que escuchaste.
—Solo gritos, y algunas que otras palabras sin sentido, sinceramente no comprendí absolutamente nada de lo que dijeron.
—Bueno.
Luego de decir eso, en la hora y media que quedó de clase no volvió a pronunciar palabra. Sentía que se encontraba muy pensativo, pero en nada que se relacionara con la física. De vez en cuando, podía sentir su mirada sobre mi anatomía como si fuera una aguja atravezando mi piel lenta y dolorosamente. Pero trataba de no darle importancia, ya que si hablaba, este iba a volver a traer el tema de su hermano, y que fue lo que yo oí.
Ring-Ring, el sonido más hermoso para un estudiante, el sonido de la libertad. Luego de que el timbre sonara me dirigí a el salón de arte, ya que a partir de las seis de la tarde, la profesora Castañeda, se encontraba en el aula. Así que a paso apurado, sin dejar pasar a nadie primero por la puerta, salí yo. Tenía tres motivos: el primero: no quería hablar con Harry. Sabía que si le daba lugar para al menos decirle "adiós", algo iba a decirme y no tenía ningunas ganas ni nada por el estilo. El segundo: tengo que ir a buscar a mi hermano, que sale diez minutos después que yo, para irnos a casa juntos. Tercero: tengo que hablar con la profesora y preguntarle si me puede dar clases extracurriculares.
Caminando rápido, o mejor dicho, corriendo. Llegue a la puerta que daba al salón donde las maravillas del arte se llevan a cabo y lo encontré con muy pocas personas.
—Buenas tardes, soy Valentina Castañeda, ¿usted, es?
—Un placer conocerla, señora Castañeda, soy Romance Romero, y quería averiguar sobre la manteria que usted imparte.
—Ay que alegría una nueva alumna, es una tragedia enorme saber que los adolescentes no se preocupan ni les interesa el arte, que es tan escencial para la vida—musitó la mujer melodramáticamente—. Pero por suerte, hay un par que quedan, para que la prosperidad sepa lo que era el arte en nuestros días y se entere de lo que fue el arte antaño.
—Las clases son tres veces por semana, lunes, miércoles y viernes, después de que terminen las clases, dos horas—. Eso si, cuando tengamos que hacer la escenografía para las obras de teatro o se aproxime alguna exposición de arte, o nos inviten a un museo o demás, nos tendremos que juntar los sábados a la tarde y obviamente, el arte lleva su tiempo y su elaboración, así que con permiso de sus docentes, voy a sacarlos de clase.
Todos asentimos felices, ya que los cinco que estábamos allí, incluyéndome a mi, éramos dedicados al arte.
—Hoy por supuesto no empiezan las clases—musitó la artista, tomando unos papeles de encima del escritorio—. Pero el miércoles, los que de verdad quieran estar en el curso, tienen que traer esto completo, firmados por sus padres y por ustedes.
Todos se fueron y yo saludé a la maestra, quien me besó la mejilla efusivamente, diciendo que este año íbamos a ser más que el año pasado. Todo por mi llegada y la de otro chico más, que en este momento no se encontraba allí.

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