Blinking Cute Box Panda

sábado, 15 de septiembre de 2012



Libro Abierto

Capítulo 29


—¡¿Dónde está el rubor?! ¡Todo se pierde en esta casa! —Grité, tomando el rimel y arqueando mis pestañas.
Terminé de ponerme brillo labial, para luego seguir en busca de el rubor, que quién sabe donde estará. Así que para no perder más tiempo, ya que en diez minutos Harry tiene que estar tocando la puerta, y por lo que sé, es muy puntual, tomé mi zapatos cerrados de tacón negros, me los coloqué y luego, me puse la bijouterí, que constaba de una pulcera de brillantes, un collar, aros y un anillo, todo a composé.
Volví a retocarme el maquillaje, más que nada la sombra de ojos platiada y negra y cuando terminé con eso, en uno de los estantecitos pequeños, de mi set de maquillajes, se encontraba el bendito rubor. Lo coloqué en mis mejillas y luego, pase solo un poco, para dar un toque de color, en mi rostro.
Con la pinza, volví a retocar mi cabello, para que las ondas de este no se salieran, y quede despeinada, y cuando estaba por fijar el último bucle, mi madre toca la puerta.
—El niño lindo, ya está aquí. —anunció, dando dos golpes en la madera.
—Si, si, ya salgo. —anuncié, tomando mi cartera y colocando en esta: el brillo labial, el celular, pañuelitos descartables, y algo de dinero, por las dudas, una nunca sabe.
Caminé hasta el living de mi casa, y hablando con mi hermanito Román, se encontraba el ser más perfecto de la tierra. Su cabello estaba algo peinado, solo algo, no es que se haya matado en la peluquería, pero estaba brilloso y pulcro igual que siempre. Su piel, tan blanca como la nieve y tan tersa como la seda, estaba oculta debajo de un traje de Armani. Y sus ojos, negro noche, centellando con esa luz tan perfecta y clásica en el, que con solo mirarlos, uno es capaz de hacer cualquier cosa. Es algo... Himnotizante, o como es él, algo mágico.
—Buenas noches, Romance. —saludó Harry, dejándose escuchar esa voz profunda y resonante, como campanas de una iglesia. Tomó mi mano derecha, y en un gesto más antiguo que él, besó esta, y la colocó por alrededor de diez segundos en su pecho, donde se encuentra su corazón.
—Ho-hola, Harry. — ¡perfecto! ahora soy tartamuda.
—Bueno, señora Amalia, fue un placer haberla conocido, y no solo oído por el tubo del teléfono, y no se preocupe por nada, yo voy a velar por la seguridad y bienestar de su hija, no se preocupe.
—Muchas gracias Harry, me dejas muy tranquila. —luego de eso, mi mamá besó la mejilla del muchacho para después, que este salude de un apretón de manos, a mi hermanito.
—Espero que cuando vuelvan, ya seamos cuñados. —dijo Román, guiñándole un ojo.
—Todo depende de tu hermana. —contestó el chico.
Harry me tomó de la mano, y así salimos hasta el ascensor, donde apretó el botón PB, de planta baja, y llegamos al hall, donde el mismo chico de siempre nos regaló una sonrisa algo forzada. Tal vez el tonto de Román tenga razón y guste de mi... No claro que no, esas son ideas mías y del enano. Salimos del edificio y nos quedamos parados frente qa un Chevrolet  Class negro, el muchacho se dirigió a la puerta del copiloto, abrió esta para que yo me siente, y en menos de lo que puedo decir: otorrinolaringología, el muchacho estaba sentado en el asiento del piloto, poniendo la llave en el contacto y arrancando el auto hacia nuestro destino; por supuesto, desconocido para mi.
—Por favor, dime donde estamos llendo.
—¿Por qué crees que te voy a contestar eso, si ya me lo has preguntado siete veces antes, y en ninguna de las anteriores te he respondido?
—Porque tengo la esperanza de que tu número de la suerte sea el ocho, y ahí me digas a donde iremos.—musité sonriéndole.
—Lamentablemente, no es el ocho. Y tampoco te voy a decir a donde nos estamos dirigiendo, porque el término sorpresa quedaría mal, ya que no habría sorpresa si te lo digo.
—De acuerdo, de acuerdo y... ¿Cúal es tu numero de la suerte? —ya que no era el ocho ni nunguno del uno al siete, quería saber cual era.
—El quince. —contestó girando a la derecha, y deteniendose en un semáforo.
— ¿Por qué? —indagué, doblando mi torso, para quedar frente a su perfil.
—Es el día de tu cumpleaños, así que es por eso. El número de la suerte, el número de mi suerte. —explicó besando mi mejilla. —Creo, que sin haber apostado en nada, ya gané la lotería. —al decir aquello, me puse de todos colores, a lo que el rió dulcemente cerca de mis labios, donde yo podía sentir su aliento a cerezas mezclado con otra fragancia que nunca logro identificar.
Siguió conduciendo por alrededor de quince minutos más y aparcó el auto frente a una casona, aquellas que databan desde la época colonial, con una hermosa arquitectura, donde el arquitecto, o más bien artista, se había fijado en cada uno de los detalles del lugar. La mansión estaba pintada de un color amarillo pastel, y el verde del cesped y el rojo y blanco de las rosas era una convinación  perfecta.
Salió del auto, y a paso normal, se dirigió a mi puerta, donde abrió esta y con su mano, tomó la mía delicadamente y la colocó en su antebrazo derecho. Caminamos hasta la gran puerta de doble hoja, donde nos abrió un hombre de unos treinta y cinco años más o menos, y luego fuimos hasta un taburete con una mesa alta, donde se hallaba un hombre calvo.
— ¿Nombre y apellido? —indagó el señor, con sus gafas colocadas, mirando el registro.
—Harry Styles. —contestó el muchacho, con una media sonrisa.
—Adelante. —anunció el hombre, para luego salir de su banquito y llevarnos por el restaurante. Allí estaba lleno de gente, pero no me percaté, ya que estaba viendo la finura y elegancia del lugar, de que mi acompañante le decía algo, que no pude saber qué, y le colocó dinero en el bolsillo de su traje. Así que el calvo nos llevó a un lugar más apartado, donde sólo había una pareja de unos cincuenta años o más, disfrutando de la velada.

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