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viernes, 25 de octubre de 2013

El precio de la elegancia - Capítulo 29


  
 El precio de la eleganci
Capítulo 29

El clima era frío, algo usual en las noches neoyorkinas en pleno otoño. Las hojas de los árboles se suicidban en el suelo, luego de que un viento atroz las envistiera, para que terminaran en el pavimento del camino del Central Park, el lugar, o uno de los lugares, que más le gustaba visitar de la ciudad, además de claro, todos las calles de butiques.
Elizabeth caminaba con la cabeza gacha al piso, mirando como las tonalidades naranjas, amarillas, rojas y marrones se entremezclaban en un enorme collage de 4000 metros por 800 m, y su cabello se vuela con el viento otoñal.
No deberías haberte ido sin mí. —dice esa voz cálida, que la pone de buen humor, como de mal humor con tanta facilidad que le sorprendía. —Me preocupé, Nueva York no es presisamente pequeña para encontrar a una persona. —continúa, mientras coloca su saco negro de vestir, en los hombros de ella.
No quiero volver a West Point.
La noche es joven, podemos quedarnos más tiempo aquí. —dice él, con una sonrisa, la cuál, se percató ella de que no llegaba a sus castaños ojos.
¿Sabías de esto? —le pregunta ella, con voz cansada.
¿Crees que te hubiera traído si hubiera sabido de esto? —pregunta con una sonrisa socarrona. —Claro, como si quisiera tirarte de comer a los lobos.
En tres días debo darle mi respuesta. —comenta ella, mientras apreta la cajita negra en su mano izquierda.
¿Sabes cuál va a ser? —indaga el chico, con miedo a la respuesta de ella.
No lo sé. —responde ella, por fin. — ¿Qué crees que debo responder?
¿Qué sientes que debes responder? Dices que te han obligado a buscar prometido desde hace bastante. Debes saber lo que involucra el casamiento. —le dice él, mirando la luna llena asomarse sobre sus cabezas, brillando tan clara y tan natural, que no hace juicio a las luces artificiales de la ciudad. — ¿Quieres pasar el resto de tu vida con Sebastian?
No. Pero tampoco quiero pasar el resto de mi vida como la desheredada Rockefeller. —dice ella, mientras las lágrimas se acumulan en sus ojos verdosos como el follage, y caen por su piel blanca como la luna, descendiendo a su vestido rojo como la sangre.
¿Es lo único que te importa, Elizabeth? ¿Ser rica y elegante? —inquiere él, con tristeza.
No tengo nada más. —contesta ella, mientras se seca las lágrimas con el dorso de su mano derecha.—Nada más.
Eso no es cierto.
No entiendo.
¿Qué? —pregunta Jason, deteniendo el caminar de la pelinegra.
Mi padre te había dado el permiso a ti, para casarme. ¿Por qué ahora se lo da a Sebastian? —inquiere Beth, mirándolo fijamente a los ojos al castaño.
Cree que fallé, y que tu me rechazaste. Así que fue, al segundo heredero de la empresa Pinault. —dice él, con una sonrisa triste en los labios. — ¿Fallé, verdad? —indaga ahora, mirándola fijamente. Ella, sin contestar, mira el piso, donde las hojas del otoño siguen meciéndo sus cadáveres, luego enfoca su mirada a la mano izquierda que tiene la cajita, y a la derecha, que tiene su cartera. Está acorralada, no sabe que decir.
Si se queda callada, el silencio sentencia su última oportunidad de todo, y queda la situación exactamente está ahora, y si habla, lo que tiene por perder tal véz es mayor de lo que tiene por ganar. Entonces, sin hablar, coloca sus brazos alrededor del cuello de Jason, sollozando quedamente en el hueco del cuello de él, mientras que el castaño, segundos después, la rodea con sus brazos, apretándola más a él.
La ciudad que nunca duerme, bulliciosa y rebelde, se encuentra en silencio para ellos dos, los cuales son solamente capaces de escuchar el sonido de sus latidos estrepitosos, de sus respiraciones irregulares, la de Beth por su llanto histérico y asustado, y la de Jason, por la adrenalina y la emoción de los brazos de la pelinegra envolviéndolo con dulzura, y tristeza.
Viéndola quebrada por primera vez ante él, o tal vez por primera vez ante nadie, trata de confortarla acariciándola con suavidad y tranquilidad, como su madre hacía cuando él era un niño. Viendo a Beth de esa manera, tan diferente a la altiva y egocéntrica Elizabeth que el tanto ama y admira, ahora comprende, y hasta le agrada, este lado débil y frágil como el cristal, este lado que ella se empeñó en ocultarlo de cualquier ojo mortal.
Ese lado que ella optó por mostrarle a él.
Solo a él.
Luego de unos minutos más, talvez horas, no lo saben. Ninguno de los dos presiente el tiempo que se quedaron allí, bajo el cielo oscuro de la noche, iluminado con la luna fría, el único testigo además de los rumiantes árboles que se mecen con el viento, y las marquecinas de la ciudad, alumbrando del lado derecho de ellos.
Jason se separa un poco de Beth, para que, tomando un pañuelo dentro del saco que la chica tenía colocado, le limpia las lágrimas con parsinomia, con suavidad y tanto amor, que Elizabeth parece derretirse entre la calidez de sus manos.
La toma de la mano, acariciando su piel blanca y fría, para sentarla en un banco cercano a ellos. Se agacha frente a la pelinegra, mientras sigue limpiando su rostro, de los rastros de maquillaje que se atreven a señalar que ella estuvo llorando.
No. —susurra ella, mientras él la mira sin entender. —No quiero pasar el resto de mi vida con Sebastian. —continúa, respondiendo a una pregunta que él le hizo con anterioridad, y mientras sonríe, se sienta a su lado, abrazándola por los hombros. —Pero mi padre...
Yo voy a hablar con él nuevamente, y si tengo tu ayuda...
¿Mi ayuda? —pregunta ella, separándose un poco de su agarre para ver su rostro.
No tengo ninguna joya despampanante como mi primo, pero... —dice él, levantándose del banco, mientras comienza a caminar alrededor de ella, y se agacha en el suelo, y luego de uno o dos minutos en silencio, se acerca a Beth, mientras se coloca frente a ella, encuclillado, para luego, colocar la pierna izquierda en el suelo, y la otra como soporte. — ¿Quieres casarte conmigo Beth? —indaga él, mientras muestra un pequeño anillo hecho de el tallo de una flor violeta con el centro amarillo, en el medio de la "joya".
Elizabeth ríe ante el anillo improvisado de el muchacho, mientras unas cuantas lágrimas más caen por su mejilla, y ella las borra tan rápidamente que Jason se pregunta si lloró en ese momento o no. Entonces, ella le dice: —Si, quiero. —y él sonrié de una manera tan esperanzadora, tan llena de vida, que hace que por inercia la heredera Rockefeller también sonría. —Pero, debes comprarme un anillo, no puedo decir que estoy prometida sin un anillo. —comenta ella, mientras Jason ríe ante el típico desplante de la Elizabeth de siempre, y con delicadeza, para que no se rompa, le coloca el anillo de flor violeta en su dedo anular.
Gracias. —susurra Elizabeth en su oído, cuando la abrazaba dulcemente por la cintura, y ella por el cuello. —Gracias por soportar todo lo que te he hecho. —dice con una sonrisa
Te amo, Elizabeth. Ese es el porqué soporté eso, y más. —le responde, besando su oído, luego su mejilla y cuello, mientras se queda allí, abrazados bajo la nevada de hojas.

2 comentarios:

  1. Estoy derritiendome en la silla de mi escritorio!!!!!
    DIOS! eso fue tan romanticoooo que ni me lo espere jaja no me espero que luego del caos del capitulo anterior viniera esto tan perfecto tan hermoso! diooos estoy demasiado in love con esta novelaaaaa me encanta y ni me creo lo que esta pasando, ya quiero saber maaaaaaas, necesito saber mas que subaas mas:( quiero seguir leyendo y me tienes en austeridad de tus novelas:( dios me encantaaaaaaaaan, espero subas pronto y quiero decirte que el detallito del anillo de flor quedo ideal! lo mejor jajaja me ha encantado danna, besos espero subas pronto:)

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    1. ljasdlasjdls muchisimas gracias!! me alegro mucho que te haya gustado valen, & mil perdones por los tantos retrasos! saludos, dann ♥

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